VÍCTIMA, CORRESPONSABLE … O AMBAS
Eran las ocho de la noche cuando sonó el teléfono. “¡Vengan pronto! Juan está muy agresivo. Me acaba de empujar y tirar. Yo estaba cargando a Tito. Por suerte no se lastimó. Tengo mucho miedo”. Su voz urgente, alterada, jadeante, casi histérica.
Estoy seguro de la hora. Me había fijado al quitarme el reloj, pues estaba a punto de meterme a bañar, una hora antes de lo acostumbrado. Había tenido un día difícil. ¡Solo eso me faltaba! Apresuradamente le avisé a mi mamá. Era la primera vez que sucedía, pero nos remitía inevitablemente a escenas parecidas vividas con papá y Evaristo, la expareja de mi mamá. Ya en el coche mi mamá iba exclamando, “Ya sacó el peine, ¿no que dizque muy modosito?, ¿muy tranquilito? Pobre Sonia, pero Juan no se la va a acabar”.
Nos tomó ocho minutos llegar a la casa de mi hermana. Vivimos muy cerca. Subimos corriendo las escaleras hasta el tercer piso. Se escuchaban los gritos de Sonia en el departamento.
—No solamente me tengo que aguantar que todos los días estés fumado. Ahora también me empujaste. Mira mi brazo, se me está hinchando, idiota. Quiero que agarres tus cosas y te vayas. Ya llegan Diego y mi mamá.
—No, lo hagas más grande. Perdona… perdona, ya sabes que yo nunca te pego. Y es que tú también estabas detrás de mi todo el tiempo. Como cuchillito de palo. Yo estaba fumando tranqui en la terraza —replicaba Juan arrepentido.
Aporreamos la puerta.
—Sonia, ábreme. ¿Cómo estás? ¿Todo bien? ¿Y Tito? —suplicaba mi mamá. A partir de allí, un enredo de gritos, llantos, acusaciones y disculpas.
—Hijo de tu fregada. Nos saliste muy machito ¿no? Pues sábete, que mi hermana tiene familia, tiene hermano. Y nosotros no te vamos a permitir que la lastimes.
—Mamá, Diego me empujó para tirarme. ¡Miren mi brazo!
—Nos vamos inmediatamente a hacer una denuncia ante el Ministerio Público. Lo que nunca hice con tu papá y siempre me he recriminado.
—Pero … pero, esperen. Fue un accidente. Estábamos discutiendo. No quise lastimarla. Bro, escúchame es un error.
Media hora más tarde, acompañaba a Juan a meter algunas cosas en su maleta, para luego atestiguar que saliera del departamento.
—Amor, discúlpame, ya me voy. Luego hablamos. Te quiero. No debí empujarte. Pero me estabas atacando. Solo me defendí. Bueno, adiós.
Luego nos retiramos, dejando a Sonia más tranquila y a salvo. Pero ella repetía:
—No es posible mamá. No voy a tolerar la violencia. No se va a repetir.
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Es indiscutible, debemos condenar la violencia. Es incuestionable, no se puede permitir la violencia del fuerte hacia el débil —hombre contra mujer, adulto contra niño, joven contra viejo—. Y en los casos de violencia, definitivamente la persona que ejerce la violencia, es la responsable. No se debe acusar a la víctima, pues significaría una nuevo agravio para ella.
Pero, por otro lado, es común y frecuente, e inclusive necesario, que las personas riñan en sus relaciones íntimas, que argumenten, que diriman sus diferencias. Y en ese afán se acaloran, levantan las voces, polarizan las posturas, dan manotazos y utilizan nombres derogatorios. ¿Quién es responsable? ¿El que empezó? ¿El que acosó? ¿El que se puso más físico? ¿Ambos, como participantes del proceso?
No siempre es claro definir cuándo, en la discusión de una pareja se traspasan los límites de la discusión entre pares, para convertirse en violencia del fuerte contra el débil. Pero, invariablemente ha sido más peligroso para la mujer, y ahora también, de una manera diferente, es riesgoso para el hombre. ¡Ya era hora!
En un artículo icónico del campo de la terapia familiar, se aborda el dilema de una manera interesante. Se recomienda adoptar una doble visión para comprender un evento: desde el feminismo y desde la corriente sistémica.
La postura feminista es axiomática. Considera que en la violencia de pareja hay una relación de causa-efecto, donde el hombre violento es el culpable y la mujer es su víctima. Esta manera pertenece al ámbito policial, legal y político.
La postura sistémica aborda el evento de una manera circular y bidireccional. Analiza la secuencia de interacción del hombre y la mujer, es decir, averigua cómo van respondiendo cada uno a lo que hace el otro. Cada movimiento es una replica, una provocación y un refuerzo, a los actos previos. Se trata de una escalada, donde es incierto precisar, quién empezó, quién continuó y en qué momento las cosas se salieron de control. Esta visión pertenece al ambiente terapéutico, donde se buscan las alernativas para las luchas entre la pareja.
Ambas posturas tienen argumentos valiosos, pero también desventajas. La postura feminista defiende a la mujer, pero la invalida, no le da herramientas para fortalecerla, la deja incapacitada, imposibilitada. La postura sistémica corre el peligro de culpar a la víctima.
Una salida airosa es una doble visón feminista y sistémica. Ambos son responsables: el hombre de la violencia y la mujer de su seguridad.
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¿Qué pasó en el caso de Sonia y Juan? Es posible entenderlo mejor, si aplicamos la visón feminista, al mismo tiempo que la sistémica. Juan es responsable de la agresión física hacia Sonia. Le lastimó el brazo, es decir la empujó con fuerza. Llamando a su familia, Sonia, en su condición de víctima, pudo poner un alto a la situación.
Al mismo tiempo, es primordial notar, que el empujón ocurrió durante un pleito, en el que participaron ambos. Los dos se fueron enojando, se dijeron palabras ofensivas, se persiguieron en el departamento, reclamaron, gritaron.
Ambos pueden evitar situaciones de violencia en el futuro, haciendose responsables de su propia participación:
· Juan de su fuerza superior y de la necesidad de controlar la ira en las discusiones de pareja.
· Sonia de su seguridad y de la importancia al discutir los asuntos de pareja pendientes, hacerlo de manera tranquila, asertiva y afirmativa. Retirandose de situaciones de amenaza, para retomar la conversación, cuando los ánimos se apacigüen.
Referencias
Goldner, V., Penn, P., Sheinberg, M., & Walker, G. (1990). Love and violence: Gender paradoxes in volatile attachments. Family process, 29(4), 343-364.
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